Lo que está en negrita y los personages no me pertenecen, son propiedad de Collins Suzanne.
Capitulo 3.
-¿Quién sigue?- Pregunta Gale y Haynitch extiende la mano
sorprendiéndonos a los tres.
-No me miréis a mi, luego va el sacrificado- dijo cogiendo el
libro y empezando a leer
En cuanto acaba el himno, nos ponen bajo
custodia. No quiero decir que nos esposen ni nada de eso, pero un grupo de
agentes de la paz nos acompaña hasta la puerta principal del
Edificio de Justicia. Quizás algún tributo intentase escapar en el pasado,
aunque yo nunca lo he visto.
Una vez dentro, me conducen a una sala y me
dejan sola. Es el sitio más lujoso en el que he estado, tiene gruesas alfombras
de pelo, y sofá y sillones de terciopelo. Sé que es terciopelo porque mi madre tiene un vestido con un cuello de esa cosa.
Cuando me siento en el sofá, no puedo evitar
acariciar la tela una y otra vez; me ayuda a calmarme mientras intento
prepararme para la hora que me espera. Ése es el tiempo que se les concede a
los tributos para despedirse de sus seres queridos. No puedo dejarme llevar y
salir de esta habitación con los ojos hinchados y la nariz roja;
no me puedo permitir llorar, porque habrá más cámaras en la estación de tren.
Mi hermana y mi madre entran primero.
Extiendo los brazos hacia Prim, y ella se sube a mi regazo y me rodea el cuello
con los suyos, apoyando la cabeza en mi hombro, como hacía cuando era un bebé.
Mi madre se sienta a mi lado y nos abraza a las dos. No hablamos durante unos
minutos, pero después empiezo a decirles las cosas que tienen que recordar
hacer, ya que yo no estaré para ayudarlas.
Prim no debe coger ninguna tesela. Pueden salir
adelante, si tienen cuidado, vendiendo la leche y el queso de la cabra, y
siguiendo con la pequeña botica que lleva mi madre para la gente de la Veta.
Gale le conseguirá las hierbas que ella no pueda cultivar, aunque tiene que
describírselas con precisión, porque él no las conoce como yo.
-Algo he aprendido- me susurra el.
También les llevará carne de caza (él y yo
habíamos hecho un pacto al respecto hace cosa de un año) y seguramente no les
pedirá nada a cambio. Sin embargo, deben agradecérselo con algún tipo de canje,
como leche o medicinas.
-No hace falta, me conformo con que trate a mis hermanos si algún
día se ponen enfermos.
No me molesto en sugerirle a Prim que aprenda a cazar; intenté enseñarla un
par de veces y fue un desastre. El bosque la aterra y, siempre que yo le daba a
una presa, ella se ponía llorosa y decía que podíamos curarla si llegábamos a
tiempo a casa.
-Cosa
que confirma que no hubiera durado ni un día
en los juegos- dice Haynitch parando de leer un momento.
Por otro lado, le va bien con la cabra, así que me
concentro en eso.
Cuando termino con las instrucciones sobre el
combustible, el comercio y terminar el colegio, me vuelvo hacia mi madre y la
cojo con fuerza de la mano.
--Escúchame,
¿me estás escuchando? --Ella asiente, asustada por mi intensidad. Tiene
que saber lo que le espera--. No puedes volver a irte.
--Lo
sé --me responde ella, clavando los ojos en el suelo--. Lo sé, no
lo haré. No pude evitar lo que...
--Bueno, pues esta vez tendrás que evitarlo. No puedes desconectarte y dejar
sola a Prim, porque yo no estaré para manteneros con vida. Da igual lo que
pase, da igual lo que veas en pantalla. ¡Tienes que prometerme que seguirás
luchando!
He levantado tanto la voz que estoy gritando; estoy soltando toda la
rabia y el miedo que sentí cuando ella me abandonó.
--Estaba enferma --dice mi madre,
soltándose; también se ha enfadado--. Podría haberme curado yo misma de haber tenido las
medicinas que tengo ahora.
La parte de haber estado enferma es cierta; después he visto
cómo despertaba a personas que sufrían aquella tristeza paralizante. Quizá sea
una enfermedad, pero no nos la podemos permitir.
--Pues tómalas... ¡y cuida de ella! --le
ordeno.
--Todo
saldrá bien, Katniss --dice Prim, cogiéndome la cara--. Pero tú también
tienes que cuidarte; eres rápida y valiente, quizá puedas ganar.
No puedo ganar; en el fondo, Prim debe de saberlo. La
competición está mucho más allá de mis habilidades. Hay chicos de distritos más
ricos, donde ganar es un gran honor, que llevan entrenándose toda la vida para
esto. Chicos que son dos o tres veces más grandes que yo; chicas que conocen
veinte formas diferentes de matarte con un cuchillo. Sí, también habrá gente
como yo, chavales a los que quitarse de en medio antes de que empiece la
diversión de verdad.
Todos
lo entendieron como un comentario irónico así que lo dejaron pasar.
--Quizá --respondo, porque no puedo
decirle a mi madre que luche si yo ya me he rendido. Además, no es propio de mí entregarme
sin presentar batalla, aunque los obstáculos parezcan insuperables--. Y
seremos tan ricas como Haymitch.
Este
ultimo se rio con una carcajada estruendosa.
-Créeme
preciosa, si sales de ahí no te importara nada el dinero que hayas ganado.
--Me
da igual que seamos ricas. Sólo quiero que vuelvas a casa. Lo intentarás,
¿verdad? ¿Lo intentarás de verdad de la buena? --me pregunta Prim.
--De
verdad de la buena, te lo juro --le digo, y sé que tendré que hacerlo,
por ella.
Después aparece el agente de la paz para decirnos que se
ha acabado el tiempo, nos abrazamos tan fuerte que duele y lo único que se me
ocurre es:
--Os
quiero, os quiero a las dos.
Ellas me dicen lo mismo, el agente les ordena
que se marchen y cierra la puerta.
Escondo la cabeza en uno de los cojines de terciopelo, como si eso pudiese
protegerme de todo lo que está pasando.
Alguien más entra en la habitación y, cuando
miro, me sorprende ver al panadero, el padre de Peeta Mellark. No puedo creerme
que haya venido a visitarme; al fin y al cabo, pronto estaré intentando matar a
su hijo. Pero nos conocemos un poco, y él conoce incluso mejor a Prim, porque,
cuando mi hermana vende sus quesos en el Quemador, siempre le guarda dos al
panadero y él le da una generosa cantidad de pan a cambio. Es mucho más amable
que la bruja de su mujer, así que esperamos a que ella no esté. Seguro que él
nunca le habría pegado a su hijo por el pan quemado como lo hizo ella. En
cualquier caso, ¿por qué ha venido a verme?
El panadero se sienta, incómodo, en el borde
de una de las lujosas sillas. Es un hombre grande, ancho de hombros, con
cicatrices de las quemaduras sufridas en el horno a lo largo de los años. Es
probable que acabe de despedirse de su hijo.
Saca un paquete envuelto en papel blanco del
bolsillo de la chaqueta y me lo ofrece. Lo abro y encuentro galletas, un lujo
que nosotras nunca podemos permitirnos.
--Gracias --respondo. El panadero no es un hombre muy hablador,
en el mejor de los casos, y hoy no tiene absolutamente nada que decirme--.
He comido un poco de su pan esta mañana. Mi amigo Gale le dio una ardilla a
cambio. --Él asiente, como si recordarse la ardilla--. No ha hecho
usted un buen trato.
Se encoge de hombros, como si no le importase
nada.
No se me ocurre qué más decir, así que
guardamos silencio hasta que lo llama un agente de la paz. Él se levanta y tose
para aclararse la garganta.
--No perderé de vista a la pequeña. Me aseguraré de que coma.
Siento que al oírlo desaparece parte de la presión que me
oprime el pecho. La gente trata conmigo, pero a ella le tienen verdadero
cariño. Quizás haya cariño suficiente para mantenerla con vida.
Mi siguiente visita también resulta inesperada: Madge
viene directa hacia mí. No está llorosa, ni evita hablar del tema, sino que me
sorprende con el tono urgente de su voz.
--Te dejan llevar una cosa de tu distrito en el estadio, algo que te
recuerde a casa. ¿Querrías llevar esto?
Me ofrece la insignia circular de oro que
antes le adornaba el vestido. Aunque no le había prestado mucha atención hasta
el momento, veo que es un pajarito en pleno vuelo.
--¿Tu insignia? --le pregunto.
Llevar un símbolo de mi distrito es lo que menos me
preocupa en estos momentos.
--Toma,
te lo pondré en el vestido, ¿vale? --No espera a mi respuesta, se
inclina y me lo pone--. Katniss, prométeme que lo llevarás en el
estadio, ¿vale?
--Sí.
Galletas, una insignia... Hoy me están dando todo tipo de
regalos. Madge me da otro más: un beso en la mejilla. Después se va y me quedo
pensando que quizá, al fin y al cabo, sí fuera mi amiga.
En último lugar aparece Gale y, aunque puede
que no haya nada romántico entre nosotros, cuando abre los brazos no dudo en
lanzarme a ellos. Su cuerpo me resulta familiar: la forma en que se mueve, el
olor a humo del bosque, incluso los latidos de su corazón, que ya había
escuchado en los momentos de silencio de la caza. Sin embargo, es la primera
vez que de verdad lo siento, delgado y musculoso, junto al mío.
--Escucha --me dice--, no te resultará difícil conseguir
un cuchillo, pero tienes que hacerte con un arco. Es tu mejor opción.
--No siempre los tienen --respondo,
pensando en el año
en que sólo había unas horribles mazas con pinchos con las que los tributos
tenían que matarse a golpes.
--Pues
fabrica uno. Hasta un arco endeble es mejor que no tener arco.
He intentado copiar los arcos de mi padre con malos
resultados, porque no es tan fácil. Incluso él tenía que desechar su trabajo
algunas veces.
--Ni siquiera sé si habrá madera --digo.
Otro año los soltaron en un paraje en el que sólo había
cantos rodados, arena y arbustos esqueléticos; para mí fueron unos de los
peores juegos. Muchos competidores sufrieron mordeduras de serpientes venenosas
o se volvieron locos de sed.
--Casi
siempre hay madera desde aquel año en que la mitad murió de frío --me
responde Gale--. No resultaba muy entretenido.
-Me
acuerdo de ese año- dice Haynitch, ni siquiera me moleste en intentar buscar
algún q otro patrocinador, nadie quería patrocinarles, ni siquiera a los
profesionales.
Es cierto, nos pasamos unos juegos enteros viendo cómo
los jugadores morían congelados por la noche. Apenas aparecían, porque se
limitaban a hacerse un ovillo y no tenían madera para hogueras, ni antorchas,
ni nada. El Capitolio consideró muy decepcionante observar todas aquellas
muertes silenciosas y sin sangre, así que, desde entonces, suele haber madera
para hacer fuego.
--Sí,
es verdad.
--Katniss,
es como cazar, y eres la mejor cazadora que conozco.
--No
es como cazar, Gale, están armados. Y piensan.
--Igual
que tú, y tú tienes más práctica, práctica de verdad. Sabes cómo matar.
-A
animales- susurro.
--Pero
no personas.
--¿De
verdad hay tanta diferencia? --pregunta Gale, en tono triste.
Lo más horrible es que, si consigo olvidar que son
personas, será exactamente igual.
Los
agentes de la paz vuelven demasiado pronto y Gale les pide más tiempo, pero se
lo llevan y empiezo a asustarme.
--¡No
dejes que mueran de hambre! --grito, aferrándome a su mano.
--¡No
lo permitiré! ¡Sabes que no lo permitiré! Katniss, recuerda que te... --dice,
y nos separan y cierran la puerta, y nunca sabré qué es lo que quiere que
recuerde.
La estación de tren está cerca del Edificio de Justicia,
aunque nunca antes había viajado en coche y casi nunca en carro. En la Veta nos
desplazamos a pie.
He hecho bien en no llorar, porque la estación
está a rebosar de periodistas con cámaras apuntándome a la cara, como insectos.
Pero tengo mucha experiencia en no demostrar mis sentimientos, y eso es lo que
hago. Me veo de reojo en la pantalla de televisión de la pared, en la que están
retransmitiendo mi llegada en directo, y me alegra comprobar que parezco casi
aburrida.
Por otro lado, no cabe duda de que Peeta
Mellark ha estado llorando y, curiosamente, no intenta esconderlo. Me pregunto
al instante si será su estrategia en los juegos: parecer débil y asustado para
que los demás crean que no es competencia y después dar la sorpresa luchando. A
una chica del Distrito 7, Johanna Mason, le funcionó muy bien hace unos años.
Parecía una idiota llorica y cobarde por la que nadie se preocupó hasta que
sólo quedaba un puñado de concursantes. Al final resultó ser una asesina
despiadada; una estrategia muy inteligente, pero extraña para Peeta Mellark,
porque es el hijo de un panadero. Siempre ha tenido comida de sobra
-Eso no es cierto- aclara-. Solo tenemos el pan rancio que queda
en la panadería y las ardillas que te compra mi padre… cuando hay.
-No lo sabía.
-Ya tenéis mas que en la Veta- dice Haynitch. Se me había olvidado
que el era de allí antes de convertirse en vencedor, supongo que sabía como era
aquello.
y bandejas de pan que mover de un lado a
otro, por lo que es ancho de espaldas y fuerte. Harían falta muchos lloriqueos para
convencer a alguien de que lo pasase por alto.
Tenemos que quedarnos unos minutos en la
puerta del tren, mientras las cámaras engullen nuestras imágenes; después nos
dejan entrar al vagón y las puertas se cierran piadosamente detrás de nosotros.
El tren empieza a moverse de inmediato.
Al principio, la velocidad me deja sin
aliento.
Obviamente, nunca había estado en un tren, ya
que está prohibido viajar de un distrito a otro, salvo que se trate de tareas
aprobadas por el Estado. En nuestro caso se limita básicamente al transporte de
carbón, aunque no estamos en un tren de mercancías normal, sino en uno de los
modelos de alta velocidad del Capitolio, que alcanza una media de cuatrocientos kilómetros por hora. Nuestro
viaje nos llevará menos de un día.
En el colegio nos dicen que el Capitolio se
construyó en un lugar que antes se llamaba las Rocosas. El Distrito 12 estaba en
una región conocida como los Apalaches; incluso entonces, hace cientos de años,
ya extraían carbón de la zona. Por eso nuestros mineros tienen que trabajar a
tanta profundidad.
Por algún motivo, en el colegio todo acaba
reduciéndose al carbón. Además de comprensión lectora y matemáticas básicas,
casi toda la formación tiene que ver con eso, salvo por la clase semanal de
historia de Panem. Se trata principalmente de tonterías sobre lo que le debemos
al Capitolio, aunque sé que tiene que haber mucho más de lo que nos cuentan,
una explicación real de lo que pasó durante la rebelión. Sin embargo, no pienso
mucho en ello; sea cual sea la verdad, no veo cómo me va a ayudar a poner
comida en la mesa.
-Falta de motivación
-¿Perdon?
-Lo que paso, no tenían un líder a quien seguir y cada vez era mas
difícil acceder al capitolio y si lo conseguían los que llegaban vivos y en
condiciones de atacar eran tan pocos que siquiera traspasaban la frontera.
El tren de los tributos es aún más elegante
que la habitación del Edificio de Justicia. Cada uno tenemos nuestro propio alojamiento,
compuesto por un dormitorio, un vestidor y un baño privado con agua corriente
caliente y fría. En casa no tenemos agua caliente, a no ser que la hirvamos.
Hay cajones llenos de ropa
bonita, y Effie Trinket me dice que haga lo que quiera, que me ponga lo que
quiera, que todo está a mi disposición. Mi única obligación es estar lista para la cena en una hora. Me quito el vestido azul de mi madre y me doy
una ducha caliente, cosa que nunca había hecho antes. Es como estar bajo una
lluvia de verano, sólo que menos fría. Me pongo una camisa y unos pantalones de
color verde oscuro.
En el último segundo me acuerdo de la pequeña
insignia de oro de Madge y le echo un buen vistazo por primera vez: es como si
alguien hubiese creado un pajarito dorado y después lo hubiese rodeado con un
anillo. El pájaro sólo está unido al anillo por la punta de las alas. De
repente, lo reconozco: es un sinsajo.
-Justo como se llama el tercer libro- dijo Peeta.
Son unos pájaros curiosos, además de una
especie de bofetón en la cara para el Capitolio.
Todos nos reímos un poco por lo bajo.
Durante la rebelión, el Capitolio creó una
serie de animales modificados genéticamente y los utilizó como armas; el
término común para denominarlos era mutaciones, o mutos, para abreviar. Uno de
ellos era un pájaro especial llamado charlajo que tenía la habilidad de
memorizar y repetir conversaciones humanas completas. Eran unas aves
mensajeras, todas ellas machos, que se soltaron en las regiones en las que se
escondían los enemigos del Capitolio. Los pájaros recogían las palabras y volvían a sus
bases para que las grabaran. Los distritos tardaron
un tiempo en darse cuenta de lo que pasaba, de cómo estaban transmitiendo sus
conversaciones privadas, pero, cuando lo hicieron, como es natural, los rebeldes
lo utilizaron para contarle al Capitolio miles de mentiras, así que el truco se
volvió en su contra. Por esa razón cerraron las bases y abandonaron los pájaros
para que muriesen en los bosques.
Sin embargo, no murieron, sino que se
aparearon con los sinsontes hembra y crearon una nueva especie que podía
replicar tanto los silbidos de los pájaros como las melodías humanas. A pesar
de perder la capacidad de articular palabras, podían seguir imitando una amplia
gama de sonidos vocales humanos, desde el agudo gorjeo de un niño a los tonos
graves de un hombre. Además, podían recrear canciones; no sólo unas notas, sino
canciones enteras de múltiples versos, siempre que tuvieras la paciencia necesaria
para cantárselas y siempre que a ellos les gustase tu voz.
-Excepto cuando eres tu claro- dijo Peeta-. Cuando eres tu no se
atreven a abrir el pico hasta que acabas, les haces sombra- bajo la cabeza
avergonzada, eso es algo que había
heredado de mi padre.
Mi padre sentía un cariño especial por los
sinsajos. Cuando íbamos de caza, silbaba o cantaba canciones complicadas y,
después de una educada pausa, ellos siempre las repetían. No trataban con el
mismo respeto a todo el mundo, pero siempre que mi padre cantaba, todos los
pájaros de la zona callaban y escuchaban. Lo hacían porque su voz era muy
bonita, alta, clara y tan llena de vida que te daban ganas de reír y llorar a
la vez. No fui capaz de seguir con la costumbre después de su muerte. En cualquier
caso, este pajarito tiene algo que me consuela; es como llevar una parte de mi
padre conmigo, protegiéndome. Me lo prendo a la camisa y, con la
tela verde oscuro de fondo, casi puedo imaginarme al sinsajo volando entre los
árboles.
Effie Trinket viene a recogerme para la cena,
y la sigo por un estrecho y agitado pasillo hasta llegar a un comedor con
paredes de madera pulida. Hay una mesa en la que todos los platos son muy
frágiles, y Peeta Mellark está sentado esperándonos, con una silla vacía a su lado.
--¿Dónde está Haymitch? --pregunta Effie, en tono alegre.
--La última vez que lo vi me dijo que iba a echarse una siesta –responde
Peeta.
--Bueno, ha sido un día agotador --comenta ella, y creo que se
siente aliviada por la ausencia de Haymitch. ¿Quién puede culparla?
Este me miro con una cara interrogante.
-Son mis pensamientos… se supone que son privados y no voy a
disculparme por ellos- aclare indicándole que siguiera leyendo.
La cena sigue su curso: una espesa sopa de
zanahorias, ensalada verde, chuletas de cordero y puré de patatas, queso y
fruta, y una tarta de chocolate.
Effie Trinket se pasa toda la comida recordándonos
que tenemos que dejar espacio, porque quedan más cosas, pero yo me atiborro,
porque nunca había visto una comida así, tan buena y abundante, y porque
probablemente lo mejor que puedo hacer hasta que empiecen los juegos es ganar
unos cuantos kilos.
-Totalmente de acuerdo...- murmuró Haynitch.
--Por lo menos tenéis buenos modales --dice Effie, mientras
terminamos el segundo plato--. La pareja del año pasado se lo comía todo
con las manos, como un par de salvajes. Consiguieron revolverme las tripas.
La pareja del año pasado eran dos chicos de
la Veta que nunca en su vida habían tenido suficiente para comer. Seguro que,
cuando tuvieron toda aquella comida delante, los buenos modales en la mesa
fueron la menor de sus preocupaciones. Peeta es hijo de panadero; mi madre nos
enseñó a Prim y a mí a comer con educación, así que, sí, sé manejar el cuchillo
y el tenedor, pero me asquea tanto el comentario que me esfuerzo por comerme el
resto de la comida con los dedos. Después me limpio las manos en el mantel, lo
que hace que Effie apriete los labios con fuerza.
-Que lastima que se supone que me lo pierdo- dijo conteniendo una
carcajada seguramente debida a la cantidad de alcohol de su organismo… por lo
menos podía pronunciar correctamente… un aplauso para el.
Una vez terminada la comida, tengo que
esforzarme por no vomitarla y veo que Peeta también está un poco verde.
Nuestros estómagos no están acostumbrados a unos alimentos tan lujosos.
Sin embargo, si soy capaz de aguantar el
mejunje de carne de ratón, entrañas de cerdo y corteza de árbol de Sae la
Grasienta (su especialidad de invierno), estoy dispuesta a aguantar esto.
Vamos a otro compartimento para ver el
resumen de las cosechas de todo Panem. Intentan ir celebrándolas a lo largo del
día, de modo que alguien pueda verlas todas en directo, aunque sólo la gente
del Capitolio podría hacerlo, ya que ellos son los únicos que no tienen que ir
a las cosechas.
Vemos las demás ceremonias una a una, los
nombres, los que se ofrecen voluntarios y los que no, que abundan más.
Examinamos las caras de los chicos contra los que competiremos y me quedo con
algunas: un chico monstruoso que se apresura a presentarse voluntario en el
Distrito 2; una chica de brillante cabello rojo y cara astuta en el Distrito 5;
un chico cojo en el Distrito 10; y, lo más inquietante, una chica de doce años
en el Distrito 11.
Todos nos quedamos en silencio durante unos minutos intentando
asimilar la información, nunca había sido plato de buen gusto los niños de doce
años, al menos para los distritos. Pero los que peor cara teníamos… creo, éramos
Peeta y yo sabiendo que los mas probable era que nos tuviésemos que enfrentar a
eso.
Tiene piel y ojos oscuros, pero, aparte de
eso, me recuerda a Prim tanto en tamaño como en comportamiento. Sin embargo,
cuando sube al escenario y piden voluntarios,
sólo se oye el viento que silba entre los decrépitos edificios que la rodean;
nadie está dispuesto a ocupar su lugar.
Por último, aparece el Distrito 12: el
momento de la elección de Prim y yo corriendo a presentarme voluntaria. Se nota
perfectamente la desesperación en mi voz cuando pongo a Prim detrás de mí, como
si temiera que no me oyesen y se la llevaran. Sin embargo, está claro que me
oyen. Veo a Gale quitándomela de encima y a mí misma subiendo al escenario. Los
comentaristas no saben bien qué decir sobre la actitud del público, su negativa
a aplaudir y el saludo silencioso. Uno dice que el Distrito 12 siempre ha estado
un poco subdesarrollado, pero que las costumbres locales pueden resultar
encantadoras. Como si estuviese ensayado, Haymitch se cae y todos dejan escapar
un gruñido cómico. Después sacan el nombre de Peeta y él ocupa su lugar en
silencio, nos damos la mano, ponen otra vez el himno y termina el programa.
Effie Trinket está disgustada por el estado
de su peluca.
--Vuestro mentor tiene mucho que aprender sobre la presentación y el
comportamiento en la televisión.
--Estaba borracho --responde Peeta, riéndose de forma inesperada--.
Se emborracha todos los años.
--Todos los días --añado, sin poder reprimir una sonrisita.
-Me resulta muy extraño leer esto- comenta el susodicho poniendo
una mueca cómica.
Effie hace que parezca como si Haymitch
tuviese malos modales que pudieran corregirse con unos cuantos consejos suyos.
--Sí, qué raro que os parezca tan divertido a los dos. Ya sabéis que
vuestro mentor es el contacto con el mundo exterior en estos juegos, el que os aconsejará, os conseguirá
patrocinadores y organizará la entrega de cualquier regalo. ¡Haymitch puede
suponeros la diferencia entre la vida y la muerte!
En ese preciso momento, Haymitch entra
tambaleándose en el compartimento.
-Me siento gilipollas leyendo sobre mi en tercera persona- vuelve
a quejarse.
--¿Me he perdido la cena? --pregunta, arrastrando
las palabras. Después vomita en la cara alfombra y se cae encima de la
porquería.
--¡Seguid riéndoos! --exclama Effie Trinket; acto seguido se
levanta de un salto, rodea el charco de vómito subida a sus zapatos puntiagudos
y sale de la habitación.
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